lunes, 24 de enero de 2011

Camaleona

Mi nuevo hogar va a ser el número trece, sin contar otros dos de estancia inferior a tres meses. Quince en total. Dividido entre mis cincuenta y tres años arroja una media de... cifra no entera... en todo caso inferior a cinco años por casa. Contando con que de niña y hasta los veintiún años viví en la misma (mis padres no eran tan trotaloquis como yo), y que lo vivido en Canarias fue un año completo, ¡puf! ya me pierdo, pero qué más da.
Me siento bien de nómada. Desde luego una no "echa raíces" pero eso para mí es algo bueno. Me estoy acordando de la gilitonta de la Dra. Freud ahora. Soy capaz de vivir en una choza o en un palacio, me adapto bien a los cambios, incluso me gustan. Prefiero el frío al calor y lo seco a lo húmedo.
A la sombra tengo frío y al sol calor, pero voy sorteando una y otro.
Madrid me gusta, con todos sus inconvenientes que son muchos y grandes, pero me gusta, me siento libre. Al menos mientras mi madre viva estaré aquí, si nada lo impide; se lo debo: a ella y a mis hermanos, pero sobre todo a mi conciencia.
Mi casita va tomando forma a pesar de que van saliendo todos los defectillos de las casas alquiladas no nuevas, pero los vamos solventando. Tengo que encontrar una posición de la cama en la que me despierte y vea algo que me guste. Hoy he encontrado una que amanezco viendo el cielo, pero tiene orientación con la cabeza mirando a poniente y eso no me gusta nada.
De pie veo las cubiertas de muchos edificios. Al menos no tengo a la vecina de en frente tendiendo o gritando por el patio, pero el panorama es feote. Dios no se debe asomar nunca aunque lo tiene bien fácil. Así nos va.

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