domingo, 15 de mayo de 2011

La tiranía del minusválido

Llevo una semana, como "colofón" (no me gusta nada esta palabra) de algunos -pocos- meses que me han hecho recordar las palabras de alguien (no recuerdo quién) sobre el despotismo de los "minusválidos". MINUSVÁLIDOS, palabra hoy políticamente incorrecta, sustituida por "persona con discapacidad sensorial", otra de las chorradas de nuestro sistema. Porque a ver (nunca mejor dicho lo de ver): un ciego prefiere que lo llamen por su nombre y no "persona con discapacidad visual" (que yo sepa, preguntaré a la once "a ver"). Y un sordo, prefiere ser sordo a "ente con discapacidad auditiva"; al menos yo, entre los que me encuentro parcialmente. Por no hablar de otras minusvalías o discapacidades.
A lo que iba: parece que hay una teoría que sostiene que las personas que tienen la vida menguada por alguna razón de salud, se premiten el lujo de ser despóticos, tiranos, como con derecho a vengarse del mundo por su limitación. Pensando pensando, no sabría decir. Hay quien lleva su sonrisa puesta en la misma silla de ruedas que otro utiliza de torpedo contra el mundo. Hay de todo.
Con las últimas cosas que me han sucedido me ha dado pánico caer en el paquete del Despotismo Ilustrado, que no deja de ser despotismo y quizá, ni siquiera ilustrado. Pero pensando pensando, quienes me acusan o advierten cariñosamente, veo que les falta información porque solo ven desde sus ojos, solo oyen de quienes han hablado con ellos. No saben de quienes comparten conmigo alegrías y risas, no miran a quienes sonrío, no se miran al espejo.
¿Dónde está el límite entre el válido y el no válido? Como todos los límites, es éste un algo completamente difuso, y esa barrera es tan frágil que cualquiera de nosotros puede caer de un momento a otro. Estar de un lado o de otro solo es cuestión de azar, como casi todo.
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He descubierto que las noches de luna creciente y luna llena, la veo desde mi salita, desde la cama. La veo a ella: a la luna (topicazo o “lugar común” pero igualmente bella, me da lo mismo). Y me ha gustado, aún más, mi casi-casita: a pesar de la casera. Y, a pesar de ella y-o gracias a ella, estoy negociando la compra del primer piso, idéntico al que habito, pero con una terraza, una Terra-aza desde la que se ven los árboles, quienes ejercen de hermosa pantalla acústica. Y pienso que también se verá la luna desde allí.
Ahora mismo la estoy viendo: blanca, enorme, casi entera, frente a mí.

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