sábado, 26 de febrero de 2011

Paloma

Era (es) una mega-macro-super jefa científica que pasea con toda naturalidad por los pasillos que conducen a su mega-macro-super microscopio, del que está tan orgullosa porque nos ha ahorrado a TODOS una pasta gansa, gracias a sus dotes de negociación. Hija de su padre.
Va por la calle con esa melena rubia y su minifalda y parece una niña a sus casi ¡sesenta? años.
Su figura menuda
-menuda es-
recuerda mucho
a mi abuelita Inés
(era su nieta favorita, pero ese será otro capítulo).
Con ese aspecto juvenil nada haría sospechar que es como una pepita de oro, que ES una pepita de oro, qué digo de oro, de platino, titanio o del más noble metal de todos los que figuran en la tabla de los elementos (recuerdos de clase de química, qué tiempos); esa tabla gigante que adorna la sala del microscopio baratito: ese micro que metes un pelo y sale convertido en tronco de sequoia.

Esta Mme. Curie del siglo XXI, un día metió su pico por la boca del microscopio, ya se sabe que son enredadoras estas avecillas urbanas, y el mega-macro-super-micros se la tragó. Guasch. Ahí comenzó el viaje interestelar.
Tras siglos y siglos de navegar por el cosmos llegó hasta el Big-Bang y ahora parece que desde Júpiter (¿o era Mercurio?), a lo lejos, se divisa una chavalita entre las gotas de agua que han descubierto.
El Universo está contento pero el microscopio llora cada vez que la recuerda, a pesar de habérsela tragado.

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