sábado, 30 de abril de 2011

Bécquer y mi primera mentira


En Cuarto Curso de Bachillerato, trece añitos, teníamos una asignatura (aún conservo el libro de texto: la portada, un retrato de G.A. Bécquer) que se llamaba “Lengua y Literatura Española” que a mí me encantaba, me resultaba extraordinariamente fácil y sacaba muy buena nota siempre. No debía ser tanto mérito mío como de la profe, La Bustos, sobre la que ya he escrito en alguna otra ocasión. La Bustos (Maria Luisa para sus alumnos) encarnaba el Arte de Ser Buen Pedagogo, llamándola de Tú y no perdiendo jamás su autoridad (nada tiene que ver el tuteo con el respeto, siempre lo he sostenido). Celia, mi compañera de pupitre.
El día anterior habíamos hablado de Gustavo Adolfo en clase, y “de deberes” llevábamos la tarea de hacer un breve comentario de texto sobre el poema “Dios mío qué solos se quedan los muertos”. Con el macro-libro regalo de mi tío Jose Mari en mi primera comunión, a los trece años yo ya llevaba cinco leyendo a Bécquer y me era, por tanto, familiar. Me enfado un poco cuando alguien minusvalora su talento, G.A. es un poeta romántico, es lo que le tocó vivir, pero sin duda era un gran escritor.
En mi comentario de texto de ese día, hice referencia a la duda existencial, metafísica más bien, que el poeta plantea con los últimos versos
[...]
... volverá el polvo al polvo...?
[...]
Celia, normalmente buena estudiante, ese día no llevaba los deberes hechos. Rápidamente, diez minutos antes de clase, la invité a que “me copiara” mi comentario de texto; ella era habilidosa, también la gustaba escribir -como a mí- y realizó esta tarea con suficiente agilidad y discreción. Llegó la Bustos y nos hizo leer, una por una a cada alumna, el comentario de texto. Cuando hubo acabado la ronda de lectura, muy seria, la Bustos (Maria Luisa) dijo:

- Muy bien en general, chicas, pero hay algo que me ha llamado la atención... Celia, Adu ¿no os habréis copiado por casualidad?
Casi sin apenas dar tiempo a reaccionar, como un resorte, respondí:
- No, no, Maria Luisa, sabes que solemos ser cumplidoras.
- Ya, pero es tan curioso que me ha hecho sospechar... ¡Sois las dos únicas entre treinta alumnas que habéis señalado la carga filosófica que encierra el poema, el cómo Bécquer duda de la existencia de Dios y del más Allá! ¿Me prometéis que ha sido pura coincidencia?
- Sí, sí, por supuesto, mera casualidad – volví a responder yo, Celia disimulando su azoramiento...
- Está bien, está bien, os creo.

Han pasado tantos años, ¡unos cuarenta! y aún lo recuerdo. Debió ser la primera vez que mentí en mi vida. Tanto he odiado siempre la mentira que se me quedó grabada y tuve, durante bastante tiempo, unos extraños remordimientos. Quise, muchos años más tarde, confesárselo a Maria Luisa, pero no la localicé. Hoy me alegro: fue una mentira generosa, inocente, una trampa para salvar a mi amiga,un acto de compañerismo y amistad.

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