lunes, 25 de abril de 2011

Qué ilusión: mi primera comunión


Menos mal que mi cole era moderno para la época y no me pusieron el disfraz horroroso de novia que solían (y aún suelen) llevar las niñas. Mi uniforme para tan ceremonioso día era de monjita, muy sencillo, como se ve -o se verá- en la foto. Los “recordatorios” eran algo repolludos, no demasiado para la época, con dibujos de una tal Ferrándis que entonces estaba de moda entre las niñas (todas imitábamos sus caritas, chatas y con pequitas en las mejillas).

Mi padre, haciendo gala una vez más de su integridad, no quiso acompañarme a comulgar y lo hice acompañada de mi madre y mi abuelita Inés. La modernidad de mi colegio no llegaba a tanto: debían acompañar a cada niña sus dos papás, uno a cada lado, comprometiéndose con ella a recibir a Jesús. Aunque, bien pensado, quizá es lógico en sus cánones. Yo entonces todo eso me lo tomaba
muy en serio.
Lo que más me gustó de ese cursi día fue el regalo de mi padrino, mi tío Jose Mari. Todo el mundo regalaba el relojito, la medallita de oro, el misalito blanco (aún lo guardo: misalito Regina, ja ja), la muñequita... como mucho un boli a juego con la pluma, blanco, todo muy blanco. Mi tío se descolgó con un libro de tapas marrones y letras doradas que decía “Gustavo Adolfo Bécquer: obras completas”. Yo me quedé muy impactada, gratamente impactada.
Tal vez me traicione la memoria y ni mi tío era mi padrino ni fue en el cursi día de mi primera comunión, pero me gusta pensarlo así. Lo que sí es seguro es que ese libro fue un regalo suyo, de mis tíos JM y Pili, y que me abrió la puerta de la Poesía. Nunca lo olvidaré. Algún día aparecerá por alguna caja, seguro.
Próximo capítulo: mi primera mentira (Celia, la profe de Literatura y Dios mío qué solos se quedan los muertos).

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