martes, 2 de agosto de 2011

París y Woody Allen: MIDNIGHT IN PARIS



Qué buen rato, qué genio, qué humor, qué bello... Apenas hay palabras.
Woody Allen, una vez más, me sorprende por la profundidad de sus planteamientos, para quien sepa leer debajo de la aparente forma de la comedia grata. El escenario -la ciudad de París- acompaña sin duda, pero Mr. Allen ya sacó partido de NY, de Londres, de BCN (todas ellas ciudades para enamorar y enamorarse) y hasta del campo, al que se nota que odia en aquella versión seudo-Shakes de una tarde de verano (o algo así). Poco importa la marca y el envoltorio solo ayuda, pero el producto es bueno si, básicamente, la esencia es buena. Woody saca partido de todo y de todos, es Mr. Allen esencia pura, un gran artista, sin duda alguna, desde mi punto de vista.
Iba yo con la idea de ver algo similar a las últimas que recordaba, comedias más ligeras, divertidas e ingeniosas siempre ¡...y me encontré con una de sus mejores obras!
Fantástica de fantasía, nos traslada en un túnel del tiempo a los años veinte, codeándose con personajes como los Fitzgerald, Picasso, Hemingway, Buñuel... Un guión lleno de guiños culturales (me encontré riendo yo sola en toda la sala, bastante llena para ser agosto, cuando el protagonista le "sopla" a Buñuel el argumento de una de sus mejores películas). Reitera el retroceso temporal en un juego que hace pensar mucho: lo relativo, lo circular, la inutilidad de la nostalgia...
Fantástica de buen guión, originalísimo y al mismo tiempo fiel a los temas recurrentes de Woody Allen: la creatividad, el artista, el amor, el sexo, la locura...
Fantástica por plantear sin pedantería alguna la sutil línea entre ser culto y ser pendante.
Fantástica por hacer de Mme. Sarcozy una muy digna actriz en su papel.
Fantástica por mostrarnos a París, ciudad a la que debo volver sin remedio antes de morir.
Una vez más, gracias a Woody Allen, vuelvo a reconciliarme con la vida a través del buen cine, a pesar de los vapores agosteños que hacen de Madrid una ciudad fantástica en agosto: solo nos quedamos los raros.

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