sábado, 3 de septiembre de 2011

Cartas de amor

Dijo mi admirado Fernando Pessoa que todas las cartas de amor son ridículas, pero más ridículo aún es no haber escrito nunca cartas de amor.
Imagino lo ridículas que debieron ser las cartas que mandé a mis novios hace veinte, treinta y hasta cuarenta años atrás, ridículas de morirse de ridiculez, mejor no tenerlas (aunque seguro que alguno aún las guardará). Quizá la vejez es esto: no tener ya ganas de escribir cartas de amor. No me sale, creo que ni aunque me lo propusiera me saldría, me parecería tan ridícula la carta que borraría el archivo, que es la versión moderna de romper una carta. Tenía más encanto aquello de romper las cartas, romperlas de furia, o de vergüenza, de ridiculez… Borrar los archivos es algo mucho más frío y aséptico, amén de que a menudo se borran solos (¿será que se sienten ridículos?)
Hace la pila de años debatía con mi amigo Mariano (otro que” huyó” con otra, se echó novia y adieu… ¿por qué, si nunca fuimos nada más que amigos?) A lo que iba, igual no era Mariano sino Manuel (da lo mismo, ambos nombres empiezan por “ma”), yo sostenía entonces la tesis: AMOR = AMISTAD + SEXO
Y Ma sostenía que no, que era “algo más”.
¿Algo más? ¿Hormonas?
No tengo ni idea, cuanto mayor soy, menos sé, pero la ecuación esa no me gusta porque el mundo de los afectos es infinito y abstracto y no es posible definirlos con un lenguaje matemático.
En Cálculo Integral (mira qué cosas me vienen ahora a la cabeza) existen unas ecuaciones de solución imposible. Solo puede uno acercarse a ellas mediante aproximaciones sucesivas. Algo así se llamaba: "método de aproximaciones sucesivas". Un nombre de lo más erótico, ahora me doy cuenta. Pues los afectos podrían encuadrarse dentro de estas: infinitos enunciados sin soluciones finitas.

Al fin y al cabo ¿para qué definirlo? Me quedo con lo poético de mi Pessoa y a saber si lo que he escrito hoy es también ridículo, aunque no sea una carta de amor.

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