Cuando su padre se estaba muriendo, ella estaba sentada al borde de su cama. Antes de entrar en la última fase de la agonía, le dijo: "Ya no me mires" y esas fueron las últimas palabras que oyó de su boca, su último mensaje.
Le obedeció, inclinó la cabeza hacia el suelo, cerró los ojos, pero le cogió de la mano y no se la soltó; dejó que lentamente y sin ser visto, se fuese al mundo en el que ya no hay rostros.
De "La inmortalidad" por Milan Kundera.
Párrafo final del capítulo 12 de Quinta Parte (La casualidad).
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